jueves, 12 de marzo de 2009

las agoreras


Publicado en el libro
El Suave Vuelo Circular
del Taller Bernal Díaz del Castillo
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Han vuelto de nuevo, como cada septiembre, las mariposas marronas. Su oscura presencia me produce escalofríos, quizá porque los adultos de mi infancia las asociaban generalmente, con presagios funestos. Mi madre en particular, las proclamaba como portadoras de buenas noticias o de males y desdichas, esto dependía del mayor o menor contraste en los tonos negros y marrones de sus alas. Ella las observaba detenidamente y luego decidía:

-¡Sáquenla! ¡Que ésta es de mal agüero! o ¡Déjenla! Alguien está por volver y pronto recibiremos una sorpresa.-

Cuando eran invitadas a quedarse, nadie las perdía de vista, podían permanecer estáticas en un mismo lugar por varios días, al parecer no comían y todos esperábamos pacientemente al visitante y la sorpresa que nos anunciaría, y aunque no recuerdo algún acontecimiento especial relacionado con ellas, tengo la idea de que los juicios de mi madre, eran acertados.

Una de mis tías, quien por cierto era además nuestra vecina y la visitante más asidua a nuestro hogar. Al verlas, corría de regreso a su casa y regresaba con el rosario en la mano. Nos hacía hincarnos en torno a ella y comenzaba a rezar con su voz fuerte y bien templada.

-¡Recemos niños, para alejar al demonio de este hogar!-

Su imponente personalidad nos hacía sentir seguros y siempre la obedecíamos, sin importar el veredicto de mi madre.

Una vez, mientras rezábamos llegó Doña Dalia Quiñónez, una señora que aparecía de vez en cuando por mi casa sin motivo aparente; siempre acompañada de uno de sus hijos y contando historias muy del estilo de García Márquez. En esa ocasión no perdió la oportunidad de relatarnos, con el terror dibujado en el rostro, como todos los hermanos de su madre, que fueron nueve, habían fallecido un día después de que una de esas agoreras, se les posó en la frente, justo en medio de los ojos.

Al terminar el relato, su hijo la inquirió extrañado:

- Oye mamá. ¿Qué no eran tus nueve tíos los marinos que se hundieron junto con sus barcos?-
A lo que ella respondió asegurando con prontitud, chispa y naturalidad:

-Sí, así fue, todos se murieron ahogados. ¡Pobrecitos! Pero un día antes, a los nueve, se les paró un bicho de ésos en el entrecejo. – Las increíbles ocurrencias de Doña Dalia siempre le daban un toque de humor a las tragedias, pero dejaban huella.

Anoche, al llegar a casa, descubrí la presencia de tres de estos ejemplares. Me detuve petrificada, luego observé a las intrusas detenidamente, para decidir si había que sacarlas o podían quedarse. Opté por lo primero, pues no pude hallar la diferencia. Abrí todas las ventanas y fui por una escoba. Dos, salieron sin más, mostrándome su horrible cuerpo peludo. La otra, comenzó a volar torpemente, subía hasta pegarse en el techo, luego bajaba hasta el piso y hacía como que caminaba de lado sin perderme de vista. Horrorizada le asesté un fuerte golpe que hizo que una de sus alas se rompiera. Se quedó inmóvil. Con el corazón acelerado traté de barrerla hacia el balcón, entonces se elevó y se posó en mi cabeza. Sentí como mis párpados se abatían al unísono de sus alas. La vi acercarse a mi rostro. Me volteé y sus patas rasguñaron mi mejilla. Solté la escoba para taparme los ojos con una mano y con la otra tratar de quitármela de encima.

Cuando lo logré, corrí como una loca hacía mi recámara y me encerré. Al recuperar el aliento y la cordura, me lavé las manos, la cara y mojé mi cabeza sacudiéndome el cabello. Ya más serena, me reí de mi misma evocando la escena, pero me fue imposible conciliar el sueño. Me despertaba a cada rato pensando que la tenía encima, justo en medio de los ojos. Tuve que tomar dos pastillas para dormir, pero con agua de la llave para no salir de del cuarto y me acosté de nuevo cubriéndome la cara con la almohada.

Al despertar esta mañana, la encontré junto a la puerta del baño. Estaba bocarriba, con las patas engarrotadas, el ala rota y los ojos fijos. ¿Muerta? Esta vez, no me confié. Le dejé caer encima mi pesado diccionario, luego me paré sobre el libro pisoteándolo frenéticamente para asegurarme que se aplastara por completo, al tiempo que, incrédula, me oí gritar como una desquiciada:
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- ¿Cómo entraste maldita? ... ¿Cómo diablos pudiste entrar? -
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Septiembre 2005
TBDC

1 comentario:

  1. Rosa:
    En definitiva eso de las mariposas negras es tradición de las señoras del pueblo, pero concuerdo contigo que se mete en el chip de nuestro cerebro y en verdad genera miedo. Generalmente entran al garaje de mi casa y se quedan a un lado de la puerta y me horrorizo totalmente pues pienso que alguien morirá, pero el cerebro es mágico así que mejor escucho lo que dice mi nana Reina: Son visita, de seguro es Doña Tita que les viene a jalar las orejas jaja

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