martes, 3 de marzo de 2009

Los Sobrevivientes de Francisco Hernández

-----------------------Los Sobrevivientes de Francisco Hernández es un trabajo sobre la lectura del poemario “Soledad al Cubo” dedicado a mis compañeros bernales: Lourdes, Ana María, Pilar, Florentino, Óscar, Elena, Ricardo, Corsi, Isabel, Francisco, Horacio, Erika, Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela. Y por supuesto,también a Pepe, quien nos sentenció a vivir la experiencia.----------------------------------------------------------------------------
¿Llega la angustia a madurar si no se escribe?


“Debe ser la noche. No oigo nada. Si estoy dormido, mi sueño es invadido por aves congeladas. Si estoy despierto, soy un pájaro encarcelado dentro de un bloque de hielo.”

En el albergue de las expresiones, los bernales enmudecimos. Fue un breve lapso en el que sólo el zumbido monótono de los ventiladores - ensamblado con el cercano concierto de las olas-acompañó nuestros pensamientos.
Aquella noche, habíamos escuchado por primera vez, el monólogo interior del Poema Uno de Francisco Hernández y, sin sospecharlo siquiera, nos quedamos encerrados en una pesadilla de tres metros por dos, llamada Soledad al Cubo. A partir de entonces, los bernales acudimos a la cita con toda puntualidad. Entrábamos voluntariamente en aquel cuarto de mínimas dimensiones, descorríamos las cortinas de la soledad para escuchar las elucubraciones de un papagayo -color ceniza - que imita cantos de otras especies, de un hombre tullido de alma y cuerpo que respira escribiendo para no desaparecer. Compartimos las imágenes alucinantes de las visitas de la señora Cráneo; la de un gato pelirrojo que de un salivazo se transforma en sapo; la de cucarachas con antenas blancas y siete centímetros de largo que te miran fijamente a los ojos; la de miles de moscas – las inevitables golosas- que instrumentan con sus alas un ruido similar a las carcajadas de Belcebú o la de escenarios oscuros intentando evitar una peregrinación de escarabajos para poder escribir, sobre hormigas de cuerpo lanceolado.
Las reacciones fueron diversas. Unos se resignaron a sufrir la experiencia, algunos se resistieron, pero otros hasta la gozaron. Pilar, por ejemplo, a veces se tornaba compasiva y aseguraba comprender – con conocimiento de causa - el estado anímico del poeta. Ana María en cambio, se concentraba en analizar al detalle, las frases en las que navegaban; la nostalgia, la incertidumbre y la desesperación. Lourdes, ensalzaba los aforismos en los que encontraba riqueza espiritual, pero se lamentaba constantemente del abuso de la procacidad. Un día no la soportó más y abandonó el patíbulo sin contemplamientos. A Florentino, le gustaba profundizar en los puntos más álgidos e irreverentes, haciendo comparativos y citando a otros poetas. Óscar, Elena, Ricardo y Corsi, manifestaban abiertamente su total desagrado en casi todas las lecturas. Óscar en particular, declaraba percibir la falsedad en el sentir del poeta. Isabel, se mostraba dolida por la terrible soledad de aquel hombre que le inspiraba pena y mucha tristeza. Caso aparte es el de Francisco, quien invariablemente con su sarcasmo y simpatía, le daba el toque de humor a las sesiones. Un día nos confesó que a él los tormentosos poemas en cuestión, le producían felicidad. El asombro provocó risas y singulares comentarios y hasta dio pie para una tarea: investigar la palabra Cledalismo.
La ignorancia invitó al silencio. Nadie, excepto el maestro conocía el término inventado por Dalí para definir al sufridor profesional –aquel que goza sufriendo-.
Nuestro compañero Cledalista nos aclaró que la felicidad que experimentaba, era provocada por la admiración que sentía hacia el autor, ya que él, si tenía el don de poder expresar lo que padecía. No recuerdo al detalle las apreciaciones de Horacio, Erika, Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela, quizás optaron por escuchar y observar, verbos, que confieso, me encantaría practicar de vez en cuando.
Casi puedo asegurar que Pepe, nuestro coordinador y verdugo, se complacía al observarnos alucinar con las ingeniosas metáforas de Francisco Hernández.
La que aquí escribe se pasó sesenta y ocho semanas intentando vislumbrar, si aquella depresión que patentizaba el poeta en su soledad -elevada al cubo - le había desquiciado por completo, o si aquellas páginas habían sido escritas bajo los efectos de alguna droga, para finalmente llegar a la conclusión, de que hay que seguir girando, y bajo ninguna circunstancia detenerse en las orillas del abismo, porque mirar el vacío, te hace irremediablemente perder el equilibrio.
Además agrego a mi vocabulario; pirexia, sentina, cresterías, versos yámbicos y me quedo con la enriquecedora experiencia de explorar de nuevo y en principio, el mundo de José Revueltas, Gustave Flaubert, Juan Ramón Jiménez, Frank Kafka, Max Brod, Zurbarán y sobre todo con los acordes del Vals Triste de Jean Sibelius.También me quedo por completo con el poema diecisiete y con estos fragmentos que me atreví a hilvanar.
-Río a carcajadas repletas de silencio- (4) en cada intento por -sumar mi muerte a tantas que he vivido- (11) y en - la angustia de estar siendo sin estar - (13) -extraño el arroyo donde por las tardes llegaba a bañarse la esperanza- (22) y aunque a veces –permanece la soledad sin cambios: tiene cara de laberinto y piel cenicienta, de hoguera pisoteada. (22) – animado por lágrimas, sonrío- (28)
Taller Bernal Díaz del Castillo
Marzo 16,2005
Soledad al Cubo
Francisco Hernández
As de Oros. Colección de Poesía
2001 Editorial Colibrí

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