miércoles, 15 de septiembre de 2010

El Caracol

............................Nada duele más, que perder-de un solo golpe- la esperanza."


Sandra no se sorprendió al ver el halo grisáceo que coronaba la opaca y resquebrajada cabellera de su nueva paciente. La joven yacía sentada en el piso, abrazando sus piernas, con la mirada fija en uno de los muros de la habitación.


El aura del desaliento –pensó-. La más común en los internos de aquel sector del hospital. Avanzó unos cuantos pasos para poder apreciar de cerca los dibujos de Agustina. Eran más bien trazos circulares. Los observó detenidamente y de pronto ante sus ojos se reveló la silueta de un enorme caracol.
-¿Es un caracol? - Le preguntó buscando su mirada.
Agustina no respondió, sólo parpadeó ligeramente sin cambiar de postura.
- * -
Aquella misma mañana, Sandra Bermúdez había recibido la llamada de Leo Salinas, de quien no había tenido noticias en un buen tiempo. No obstante, después de intercambiar saludos y ponerse más o menos al corriente, había surgido la pregunta obligada respecto al verdadero motivo que lo impulsó a marcarle, así de repente, después de…¿dos años? Tras un breve silencio, Leo se había deshecho en zalameros cumplidos para solicitarle un favor: - que se encargara del caso de Agustina Montes- una joven indígena que había ingresado recientemente al Hospital de Santa Rita.
-Déjame ver de qué se trata y te devuelvo la llamada- le respondió antes de colgar la bocina algo… ¿decepcionada? No quiso darle más vueltas al asunto y llamó a su secretaria para que le llevara de inmediato el expediente médico de Agustina Montes. Al llegar al consultorio lo revisó con interés. Una anotación - al parecer sin importancia - duplicó su curiosidad.
En el renglón de observaciones decía:”La paciente no come, sólo mete los dedos en los líquidos para dibujar en la pared”.
En ese momento tomó la decisión de visitarla esa misma tarde.
Llevaba en el hospital cuatro días desde su traslado del centro de salud del poblado de Tres Cruces, en el cual, estuvo tan sólo un par de días. La infeliz contaba con sólo 16 años, estaba desnutrida y presentaba huellas de maltrato en todo el cuerpo. La había llevado Tulio, el marido, “para que se la despertaran”, según decía una nota al calce del expediente. El traslado se había hecho a solicitud y bajo la responsabilidad de la doctora Laura Terrán.
El caso cobró aún más interés cuando leyó el nombre de la famosa antropóloga.
Buscó sus datos para llamarla y decirle que se haría cargo de Agustina Montes y quedaron de verse al día siguiente por la mañana en su consultorio.
Antes de abandonar el hospital, ordenó que le hicieran unos estudios y dejó instrucciones precisas a las enfermeras para el control su nueva paciente.
-Ofrézcanle líquidos, agua de jamaica o de papaya de preferencia, y si quiere dibujar, no se lo impidan-.
Por la noche, se comunicó con Leo para informarle que Agustina ya era su paciente y que ya se había puesto en contacto con la doctora Terrán, más no pudo entender por qué se lo agradeció con tanto entusiasmo. ¿Tendrían algo Leo y la antropóloga?

- * -

Dos meses atrás, Laura Terrán había conocido a Agustina vendiendo collares de conchas a los turistas que visitaban la zona arqueológica de Playa Escondida. Los ángulos del rostro de aquella chiquilla llamaron de inmediato su atención.- ¡Parecían tallados en piedra!
Decidió comprarle varios collares para entablar conversación y después comenzaron a verse todos los días. La trataba con amabilidad y respeto, la invitaba a comer o beber algo mientras platicaban. Al principio, Agustina se mostraba desconfiada y arisca, pero poco a poco, Laura se fue ganando su confianza.
Fue así como se enteró, que el padre de la niña la había vendido por tres marranos a Tulio - un pescador- cuando apenas tenía trece años; que éste la mandaba a vender los collares de conchas - que ella sabía hacer muy bien- y que luego le quitaba el dinero para irse a echar sus tragos.
Agustina se sentía a gusto con Laura y en vez de decirle su nombre, la llamaba “amiga”.
Una tarde, le hizo una confesión. Con estas palabras le dijo: -que llevaba un buen tiempo escondiendo centavos para irse de ahí porque Tulio le hacía cosas muy feas, que le pegaba muy recio cuando regresaba bien briago; que tenía que largarse antes de que le hiciera otro hijo, porque ya le había matado uno y que le habían tenido que abrir la panza para sacárselo. -
Al decir esto último, clavó su mirada en la arena y se quedó callada. Laura, puso tres dedos debajo de su barbilla obligándola suavemente a levantar el rostro, pero contrario a lo que pensaba, los ojos de Agustina estaban secos. Pudo constatar con pesar - en aquella mirada oscura- que el odio había sepultado por completo al dolor, haciendo que sus lágrimas se estancaran para pudrirle lentamente el alma. La abrazó con ternura y le susurró al oído:
- Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo-
Días más tarde, Laura sonrió complacida, cuando una mañana, no la vio en la playa con las demás vendedoras. Pensó que quizá, con el billete que le había dado el día anterior, la había ayudado a completar los centavos que necesitaba para huir y que al fin se había librado de la tiranía de Tulio. Pero poco le duró el regocijo. Una de las niñas la llamó para contarle, que su amiga, la Agustina, estaba media muerta en el centro de salud de Tres Cruces.
Angustiada, se dirigió para allá inmediatamente.
Al verla y enterarse del parte médico, salió decidida a buscar a Tulio para preguntarle lo que había sucedido. Horas más tarde, lo encontró emborrachándose con un grupo afuera de una tienda. Dudó un segundo antes de abordarlo en esas condiciones, pero al hacerlo, el hombre le contestó indiferente:
-Pos, yo no sé, se quedó pasmada cuando la caché que se quería juir; la llevé donde don Cuco para que le untara remedios; a luego entre los dos le quisimos meter aguardiente para que se avivara, pero pos no le pasó, se le salía todito, pos no menea la lengua, no traga nada y parece que ni mira y pos me dijo don Cuco que era más mejor llevarla pallá-.
La antropóloga dejó escapar un desalentado suspiro al escucharlo. El hombre relataba lo sucedido como si tratara de algo sin importancia, sin ningún asomo de culpa. En ese instante optó por aprovecharse de las circunstancias. No fue difícil convencerlo de que le permitiera hacerse cargo de su mujer, ya que para trasladarla a un hospital, necesitaba contar con su consentimiento.
El desdichado esbozó una sonrisa de alivio, se encogió de hombros y respondió:
-Pá mí, pos llévesela si quiere, así pasmada, pos pá que me sirve-.
Satisfecha de haber logrado su objetivo, pero consternada por la actitud y la desfachatez de aquel individuo, pensó con tristeza en la muchacha, la que seguramente ya no sintió la tunda que le propinó el maldito borracho cuando la descubrió, pues nada puede doler más, que perder - de un solo golpe - la esperanza.
Dos días más tarde, había arreglado todo para su traslado. La niña seguía muda e inmóvil. No comía y nada la hacía reaccionar. Laura habló con algunos amigos para explicarles el caso. Le recomendaron a la doctora Bermúdez, neuropsiquiatra del Hospital de Santa Rita.
Estaba sumida en sus pensamientos cuando sonó el teléfono. Levantó el auricular y escuchó una voz muy agradable que se identificó como la doctora Sandra Bermúdez. Le informó que se haría cargo de Agustina; conversaron un largo rato acerca del caso y quedaron de verse al día siguiente en su consultorio.
- * -
Sandra pasó a ver a su nueva paciente antes de la hora de su cita con la doctora Terrán. La encontró en el mismo lugar y en la misma postura de la tarde anterior, sólo que ahora la pared se encontraba tapizada de dibujos de caracoles que encerraban otros más pequeños que parecían tener alas.
Intrigada, la miró nuevamente a los ojos y le preguntó:
-¿Son caracoles con alas?-
No obtuvo respuesta. Agustina tenía la mirada fija en la entrada al laberinto de un enorme caracol. Sandra miró en la misma dirección y se percató que lo que ella había supuesto que fueran alas, más bien parecían... ¿papeles?
Se sentó a su lado en el piso, extendió el brazo y con la yema de sus dedos comenzó a seguir la línea de los trazos tratando de adivinar. Volvió a preguntarle:
-Dime, Agustina. ¿Son…alas… o… papeles?
Se sobresaltó al escuchar una voz que le respondió desde la puerta.
-A mí me parece que son papeles con alas-
-Buenos días, soy Laura Terrán-. Dijo avanzando hacia ellas con la mano extendida.
-Mucho gusto, Sandra Bermúdez-. Disculpa ¿me pareció oírte decir que son papeles con alas? – La inquirió estrechando su mano.
-Eso me parece- Respondió Laura mientras acariciaba con ternura la cabeza de la joven.-Sí, escondida en las entrañas de un enorme caracol, estaba la libertad de esta criatura cuando Tulio, el marido, la sorprendió ocultando los billetes que había juntado durante más de un año. ¡Mi pobre Agustina, casi lo logra!-












Publicado en la Revista Círculos
Edición Agosto-Sept 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Tras las lluvias de agosto / Ángeles Mastretta


Cosas pequeñas

Lo que me parece muy importante decir de Germán es que era una voz que constantemente, todos los días, buscaba el misterio que puede haber en la vida diaria. El tenía unos ojos para ver las cosas pequeñas y contarlas de manera que las volvía trascendentes . Era un creador diario de este milagro que es transformar lo trivial en esencial.



Ángeles Mastretta


a Germán Dehesa

el día de su partida


Tras las lluvias de agosto / Sergio Sarmiento

Su sonrisa y su inteligencia

La muerte lo encontró sin duda sonriendo. Me imagino que le debe haber hecho alguna broma. ¿Qué no podías venir otro día? Eres demasiado inoportuna. Mañana tengo que estar en el teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM porque me hacen un homenaje. Va a estar el rector Narro. No puedo faltar. Nunca dejo de asistir a una cita, aunque me muera... Bueno, me parece que eso sería exagerar. Pero por qué no esperamos unos días más, para que pase el homenaje del gobierno de Veracruz. ¿ Y si nos esperamos hasta el 17 de septiembre? Me gustaría ver los festejos del bicentenario... germán siempre convencía a todos con su sonrisa y su inteligencia. Pero la parca no se dejó convencer.
Sergio Sarmiento
a Germán Dehesa
el día de su partida.

Tras las lluvias de agosto / Carmen Aristegui


Hizo valer la crítica


Germán Dehesa era esa presencia diaria, inteligente, punzante, divertida. Germán era maestro, escritor, periodista, universitario puma; padre que nos puso al tanto de toda su familia. En la Gaceta del Ángel de REFORMA, Germán hizo valer la crítica, el humor, el servicio a los otros. Germán era ese buen promotor de las buenas causas: el que recolectaba cobijas para los que tenían frío, el que vendía tamales para los down, el que vendía periódicos para reforma.

Recién condecorado con la Medalla al Ciudadano Distinguido, ya no alcanzó a recibir el homenaje que este viernes le había preparado la UNAM. Germán se veía así mismo todavía en sus últimos días como un ser dual: jarocho como su padre, abierto y liberal, y otra parte ante la que se rebelaba, la que le heredó su madre, quien lo empujaba al sufrimiento como una ventana a lo celestial. Entre esa dualidad se movía y en la recta final quedó claro que ganó su apuesta por la alegría, el gozo, la amistad y el amor por los suyos y por los demás. Será para muchos, yo incluida, una pérdida, muy, muy grande. Lo vamos a extrañar.


Carmen Aristegui


a Germán Dehesa

el día de su partida

Tras las lluvias de agosto/ Denise Dresser


Rodeado de libros


Ayer que te vi por última vez, sentado sobre tu cama, te pedí que no me fueras a dejar aquí sola "en este México de tiempos nublados" sin ti. Y en los últimos meses te lo repetía una y otra vez: inimaginable seguir con la espada desenvainada, cual "ciudadana apasionada" como me bautizaste, sin tu humor, sin tu generosidad,tu voluntad de acompañarme en todo momento y en cualquier buena causa.

Mi adorado amigo, no cumpliste tu palabra. Te fuiste después de prometer que un día de éstos me rapatarías e iríamos juntos tras Arturo Montiel o tantos fascimilares que sobreviven, impunes, en el país. Cabalgaríamos juntos en busca del siguiente minotauro; denunciaríamos juntos al próximo político rapaz; nos reiríamos del personaje detrás del escándalo de la semana, para después perseguirlo con la pluma. tu muerte para mí es como aquel poema de los "Heraldos Negros" que habla de los golpes tan fuertes , esos que parecen provenir del odio de Dios. Un Dios empeñado en irme quitando a quienes más quiero en la vida. Quizás lo único que me consuela es que ahora, cuando me pregunten cómo me imagino el paraíso , podré decir que es una gran biblioteca en la que encuentro a mi padre, a mi hermana y a ti.

Y bueno, en cuanto al país magullado que dejás detrás sólo quiero decirte: me encargo de todos los pendientes que me encargaste en el camino. La obligación de la alegría y la rebeldía. Las ganas de estar en el mundo y carcajearse de él al mismo tiempo. La esperanza de ese México mejor que ningún gobierno nos ha logrado arrebatar. te voy a imaginar en lo que creo es el cielo, ese lugar donde uno hace lo que le da la gana, como tú, con tus columnas. Rodeado de libros, con un cigarro y un vaso de whiskey, contando historias. Historias de Fita y Felipe Calderón, del Bucles y "Betty Walls", de héroes y villanos. Hablando de cómo quisite al país y cómo ayudaste a transformarlo. Y por favor, por favor apártame un hueco chiquito allí a tu lado, para que sigamos platicando "de todo y de nada" como lo hacíamos siempre y aún ayer.

Denise Dresser

Tras las lluvias de agosto/ Josefina Vázquez Mota


Ayudar a los demás

Tengo recuerdos de Germán, acompañándome a desastres naturales para animar a la gente, siempre dispuesto para recaudar fondos, de ayudar a los demás y siempre decir la verdad, siempre recordándome que la risa era fundamental para vivir y para ser feliz.



Josefina Vázquez Mota


a Germán Dehesa

el día de su partida

Tras las lluvias de agosto / Federico Reyes Heroles

Un cuarto de siglo

Querido Germán, ¡pero a quién se le ocurre morirse hoy! Pero qué impertinente. Mañana teníamos un homenaje, que sería motivo de fiesta, en la UNAM, tu UNAM, tu casa, y allí pensaba yo recordar cómo nos conocimos una vez en el mercado de Las Flores cada quien comprando ramos para nuestras musas. Hace un cuarto de siglo de eso. Y de allí en adelante, las noches gozosas de poesía y canto, allá en El Unicornio. Tu infinita sensibilidad para leer a Borges a Sabines y hacerlos de todos. Adriana cantaba, Gerardo Tamez y su gloriosa "Tierra Mestiza" , Jaime Guarneros y Ernesto Anaya, la fantástica tropa musical. El bueno de muricio Achar en una esquina y tú como columna vertebral de una recuperación de la vida en plena locura del siglo XX y de nuestra ciudad. Fue el inicio.
Vendría la comedia, ¡pero que facilidad de guionista! Ácido, duro, provocador irreverente levabas a la risa dolorosa, a la carcajada de desesperación , porque nos hacías reírnos de nosotros mismos. Pero después conocería tus inacabables muestras de generosidad con la Tarahumara, para los inundados de cada año, para los necesitados de siempre, para con todos. Y que decir de tu columna, compañera matutina desde hace mucho. Hay demasiados germanes que no caben en mil caracteres. No Germán no te puedes ir hoy y así. Te extraño.
Federico Reyes Heroles
a Germán Dehesa
el día de su partida

jueves, 2 de septiembre de 2010

Tras las lluvias de agosto (adiós Germán)

la embestida de las aguas
abrió las heridas
de las montañas taladas...


los ríos burlaron los bordos
con ímpetu adolescente...

las vegas descobijadas y sometidas
se resignaron a la inclemencia
y ...

el mamotreto de mi historia
halló sepulcro en el lodo


tras las lluvias de agosto...
ya no existo







Sept 2 2010
a Germán Dehesa
en el día de su partida...