Tirso
Desde que empezó este año,
diversos tipos de aves se han hecho presentes de alguna manera en el acontecer
de los días. El primero fue Tirso, un búho enano de cuerpo dorado y regordete
que es apenas del tamaño del puño; las plumas que cubren sus alas y su cabeza
son rojizas y su aspecto es muy agradable. Fue el cuarto viernes de enero
cuando apareció en pleno día en una de las ramas de la casuarina que está
frente a mi balcón. Al verlo, corrí a buscar los binoculares y descubrí que me
miraba fijamente, sin parpadear. No sé explicar por qué su extraña presencia
despertó tanto mi curiosidad, por qué lo bauticé con ese nombre al consultar el
santoral del día y que me impulsó a pedirle a mi hijo que lo fotografiara con
un lente especial. Luego, me dispuse a investigar su especie para enterarme que se
les llama comúnmente mochuelos, que su nombre científico es Athene noctua, que su hábitat está muy
lejos de aquí, en el Mediterráneo, que es el símbolo de Atenas y, me animó saber
que si bien son aves nocturnas, cuando aparecen de día, según las leyendas, son
portadores de buenos augurios.
Aún
no sé cuál es la noticia que este visitante inesperado me tiene reservada pero
desde entonces, Tirso llega todos los días por la mañana muy temprano, hace
unos ruiditos “trrrr, trrrr” que no se parecen en nada a los que hacen sus
parientes los tecolotes, se posa invariablemente en la misma rama y me observa
con atención cuando salgo a darle de comer a Bosco y a sus amigos. Mi pequeño
vigilante permanece inmóvil hasta que cae la tarde y luego emprende de nuevo el vuelo con rumbo
desconocido. Ahora me llama mucho la atención saber que Tirso es un nombre
mitológico que proviene del griego Thyrsus,
que significa “contemplador” pero sobretodo pensar que lo escogí de entre los
tres santos que se celebran ese día.
Una
semana después de la llegada de Tirso conocí a Bosco, este personaje es el
líder de una parvada de pecho-amarillos bullangueros y escandalosos que me
visitan varias veces al día para pedirme su alimento favorito: las relucientes semillas
color carmesí de las samias. Todo empezó un día muy temprano cuando regaba las
plantas bajo la mirada de mi amigo Tirso y escuché los gritos estridentes de
uno de estos Pitangus sulphuratus. Estaba
en el cable de la luz y acto seguido, lo vi clavarse en una jardinera (justo
como hacen las gaviotas al visualizar a los peces) para salir triunfante con una pepita roja en
el pico. Fue así como descubrí que de en medio del follaje de estas plantas surgían
ya las mazorcas que aglutinan sus semillas. Bajé y con mucho cuidado desgrané
una de ellas y las puse en un plato de plástico que coloqué en el dintel del
balcón. Al poco rato escuché a los enmascarados pajarillos armando tremendo
escándalo, estaban como enloquecidos robándose las semillas hasta que no quedó
ni una. En el transcurso del día los pájaros volvieron varias veces a
demandarme alimento, piando enardecidos
y picoteando el plato vacío. Dispuesta a complacerlos me volví una experta recolectora
de semillas de samia, al grado que, cada
vez que veo una, estaciono el coche y me bajo a buscar mazorcas para mis nuevos
amigos y ya hasta les compré un bebedero. Aunque todos parecen iguales, puedo distinguir
a simple vista a uno de ellos, el más grande de todos, el líder, a quien
recurriendo de nuevo al santoral, bauticé con el nombre de Bosco.
Unos
días más tarde, mi hermana me pidió que le cuidara a sus mascotas pues iban a
fumigar su casa. Una de ellas es un periquito australiano color celeste que se
llama “Cachetes”. Yo no soy partidaria de los animales enjaulados pero no me
quedó más remedio que aceptar. “Cachetes” vive en una jaula blanca muy elegante
y de gran tamaño, misma que coloqué en el balcón. A la mañana siguiente cuando
escuché llegar a la pandilla de los enmascarados demandantes, salí a ponerles
sus semillas y entonces sucedió algo que me enterneció; Bosco tomó una de ellas
y la fue a colocar entre los barrotes de la jaula del periquito.
Llegó
febrero y el regreso al taller literario, curiosamente nos toca leer un cuento
de Quiroga acerca de un loro… y por si fuera poco escucho el trinar melodioso
de unos pajarillos en la música del ejercicio de hoy… ya es demasiado me dije,
tal parece que es tiempo de aves, creo que tengo que escribir algo acerca de
ellas, quizá así le encuentre un sentido a lo que me está sucediendo.
Rosa Lotfe
Taller BDC
Marzo 5, 2014.
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me gusta leerte y leer de tus acompañantes cotidianos. Tirso es guapísimo!
ResponderBorrarAndre