domingo, 1 de noviembre de 2009

un suceso inexplicable

[A manera de introducción se me ocurre hacer esta pregunta: ¿Alguna vez leyeron los libros de Lobsang Rampa? Este escritor era supuestamente un lama tibetano que se hizo famoso mundialmente cuando publicó “El Tercer Ojo”, un libro que impactó a los jóvenes de los años sesentas y que no ha dejado de ser reeditado desde entonces. Tuesday Lobsang Rampa fue el indiscutible introductor del budismo tibetano ante el público de occidente, aunque siempre se dudó de su autenticidad y las dudas fueron aumentando hasta su muerte en 1981 cuando se descubrió que se llamaba en realidad: Cyril Henry Hoskins, un hábil escritor inglés de extraordinaria imaginación que mezclaba verdades con fantasías y que nunca había estado en los Himalayas.]


Otoño de 1970.
Aquel había sido un año muy afortunado para mí, ya que después de “sobrevivir“ a cuatro interminables en el internado; un frío convento de Misioneras Franciscanas que se encontraba en las empedradas calles del viejo Coyoacán, a mi abuelo se le ocurrió la estupenda idea de rescatarnos.

Un buen día decidió que extrañaba demasiado a sus nietos, cuatro de los cuales ya estudiábamos en la Ciudad de México y pensó que muy pronto se le irían los otros dos más pequeños. Así que resolvió seguirnos y adquirió con sus ahorros una antigua casona de tipo colonial en Polanco, a donde nos fuimos a vivir todos juntos.La casa contaba con tres pisos, las habitaciones eran muy amplias. Yo compartía con mis hermanas una espaciosa recámara en el segundo piso.

Me sentía un poco extraña, pero feliz en aquella privacidad después de mi larga estancia en el dormitorio de veintiocho camas del internado, donde nos apagaban la luz a las ocho de la noche y había que guardar silencio absoluto o atenerse a las consecuencias, por cierto bastante desagradables.

En esta nueva vida sin imposiciones que siempre consideré injustas, nos dormíamos muy tarde arreglando con entusiasmo nuestra habitación para luego caer exhaustas. Una noche, desperté con esa sensación de no saber en donde estás y al dirigirme al cuarto de baño, vi claramente parada en la puerta del mismo a una anciana muy bien vestida que me miraba muy sonriente.

Muerta de miedo, me metí en la cama de mi hermana mayor y me tapé hasta la cabeza apretando fuertemente los ojos. Comencé a susurrarle despacito tratando de despertarla para pedirle que prendiera la luz y me acompañara al baño.

Ella se despertó muy molesta y me dijo -¡Vamos!

No alcanzaba yo a poner un pie fuera de la cama cuando la escuché decir...

-¿Quién es Usted?-

Paralizada, aún pude balbucear. -¿A… a quién le hablas?-
Ella me contestó.- A una viejita que...

No quise escuchar más y grité aterrorizada. Estaba a punto de desmayarme, cuando alcancé a oír que mi hermana me decía:

- Tonta, la espantaste, ya se fue.-

En eso, llegó mi mamá y prendió la luz.

-¿Qué pasa, por qué esos gritos?- Yo no había recuperado el aliento y no podía moverme.

Mi hermana le respondió: – Había aquí una viejita, que tenía cara de buena gente, seguramente quería decirnos algo, pero Rosa la espantó.

-¿Por Dios Santo, pero que cosas estás diciendo? – Exclamó mi mamá

Ella empezó a explicarle sus teorías aprendidas en todos aquellos libros de Lobsang Rampa que se la pasaba leyendo apasionadamente. Mientras ella hablaba, yo sentía que la sangre se me congelaba, no dejaba de repetirme a mi misma: ¡Que era verdad! ¡Que no había sido producto de mi imaginación! ¡Que ella también la había visto!

Como pude, recuperé fuerzas y salí corriendo de la recámara. Mi mamá me siguió (pude notar su desconcierto) y le supliqué que me dejara dormir con ella y aunque lo consintió, todo fue inútil, no pude pegar el ojo en el resto de la noche.

Al día siguiente, tocamos el tema de nuevo, mi hermana seguía defendiendo a los seres del “más allá” con estos argumentos: “Que si no quieren hacernos daño”, “Que si buscan comunicarnos algo”. Y qué sé yo cuántas cosas más. Mamá nos ordenó no volver a comentar aquello y mucho menos delante de mis hermanos pequeños.

No obstante, mi abuela dedujo que lo que tenía que hacer era bendecir la casa, pues con el jaleo del cambio se les había olvidado y esa misma tarde llevó al sacerdote de la Iglesia de San Agustín, que se encontraba muy cerca de la casa, quién nos hizo rezar unas oraciones “especiales para el caso” mientras recorría todas las habitaciones esparciendo agua bendita y colocando “estampitas” de santos para que nos protegieran.

El “exorcismo” surtió efecto, nunca más volvimos a ver a la viejita. Hasta que un día....
Los señores que le vendieron la casa a mi abuelo, se habían ido a vivir a Cuernavaca. Como la operación de la compraventa se había estipulado en dos pagos, y el segundo tendría lugar tres meses después, al cumplirse el plazo, se reunieron con ellos en el notario y después mis abuelos los invitaron a comer para que vieran como había quedado la casa.

A los postres, el señor fue a su coche y regresó con un álbum de fotografías. Nos mostró que anteriormente la propiedad ocupaba casi toda la manzana. En esas fotos se podía apreciar cómo la construcción actual se encontraba en un principio rodeada de un enorme y precioso jardín, en el cual, había un hermoso quiosco hexagonal cubierto de flores. A medida que pasaba las hojas del álbum, nos iba explicando como habían ido vendiendo poco a poco el extenso terreno.

De repente, me quedé helada. En un acercamiento del precioso quiosco que parecía como de filigrana, se encontraba sentada en una banca y posando muy sonriente...

 ¡la misma viejecita de aquella terrible noche!












Publicado en la Revista Círculos
Edición Oct-Nov 09

1 comentario:

  1. Uyyy!!!
    la historia me la sé casi de memoria pero no deja de causarme escalofríos y me acuerdo que cuando viví ahí...había noches que le pedía a la viejita que por favor a mí no se me apareciera!

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