miércoles, 4 de julio de 2012

Llovizna de Silencio (prólogo)



“No es que el poeta busque la soledad, es que la encuentra.”

Rosario Castellanos


El silencio proclama un acto de soledad ineludible que obliga a escucharnos respirar dentro de nosotros mismos en la quietud imperturbable de nuestro espacio más íntimo, ese que nos confiere la gracia de olvidar el tiempo, para deslizar, sin prisas, la pluma en el papel. Papel que recibe, en esa intimidad silenciosa, los trazos que emanan del interior acompañados de suspiros imperceptibles que logran aliviar el alma del poeta, que busca sólo eso, nada más.

Dice Octavio Paz en su texto Sobre el oficio del poeta: “La vocación poética comienza por un amor inusitado por las palabras, por su color, su sonido, su brillo y el abanico de significados que muestran cuando, al decirlas, pensamos en ella y en lo que decimos. Este amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje, el silencio. Cada palabra dice y calla algo. Saberlo es lo que distingue al poeta de otros enamorados de la palabra. Desde el principio el poeta sabe, oscuramente, que el silencio es inseparable de la palabra: es su tumba y su matriz, la tierra que lo entierra y la tierra que lo germina”

En su oficio de poeta, Lourdes Marín me ha permitido conocer la fuerza de su espíritu inquieto que navega entre dos aguas; el sentimiento y la razón. Ahora pone en mis manos este compendio de expresiones, que me llevan a recordar su complicidad con el misticismo de Malinalli, que me invitan a visitar el cálido santuario de sus versos -una bienvenida que acaricia mis sentidos- me convidan a beber de su fuente de instantes para conocerla en todas sus facetas, me guían a través de los senderos de su inspiración, me comparten las obras de sus cófrades, y sin escatimar, me ofrecen una mirada al universo, a la historia, a su patria, en un homenaje a la literatura mexicana en la que aflora su versatilidad.

Versatilidad, característica que hace referencia a la capacidad de alguien para adaptarse a distintas funciones, adjetivo que la califica con mención honorífica, pues quien la ve en las primeras horas del día, enfundada en ropa deportiva salir de casa rumbo al gimnasio; o más tarde, siempre impecable, ocupar el sillón de su escritorio desde donde ejerce su profesión y conversa asequible con los amigos que la visitan; escucharla en una conferencia sobre Haití; narrar sus peripecias en China, o sus convicciones sobre desarrollo humano, no puede adivinarla en esa intimidad que el silencio proclama, es como imaginar a Sor Juana haciendo aerobics en mallas y leotardo, o a Jaime Sabines proclamándose el último de los optimistas.

Ella es así, impredecible y versátil, en Lourdes Marín de Muñoz perviven en armonía la mujer introspectiva y la espontánea, la sensibilidad y la audacia, la exitosa empresaria y la amiga incondicional que se comparte generosa en una Llovizna de Silencio.