lunes, 24 de marzo de 2014

tiempo de aves

Tirso

Desde que empezó este año, diversos tipos de aves se han hecho presentes de alguna manera en el acontecer de los días. El primero fue Tirso, un búho enano de cuerpo dorado y regordete que es apenas del tamaño del puño; las plumas que cubren sus alas y su cabeza son rojizas y su aspecto es muy agradable. Fue el cuarto viernes de enero cuando apareció en pleno día en una de las ramas de la casuarina que está frente a mi balcón. Al verlo, corrí a buscar los binoculares y descubrí que me miraba fijamente, sin parpadear. No sé explicar por qué su extraña presencia despertó tanto mi curiosidad, por qué lo bauticé con ese nombre al consultar el santoral del día y que me impulsó a pedirle a mi hijo que lo fotografiara con un lente especial. Luego, me dispuse a investigar su especie para enterarme que se les llama comúnmente mochuelos, que su nombre científico es Athene noctua, que su hábitat está muy lejos de aquí, en el Mediterráneo, que es el símbolo de Atenas y, me animó saber que si bien son aves nocturnas, cuando aparecen de día, según las leyendas, son portadores de buenos augurios.
               Aún no sé cuál es la noticia que este visitante inesperado me tiene reservada pero desde entonces, Tirso llega todos los días por la mañana muy temprano, hace unos ruiditos “trrrr, trrrr” que no se parecen en nada a los que hacen sus parientes los tecolotes, se posa invariablemente en la misma rama y me observa con atención cuando salgo a darle de comer a Bosco y a sus amigos. Mi pequeño vigilante permanece inmóvil hasta que cae la tarde  y luego emprende de nuevo el vuelo con rumbo desconocido. Ahora me llama mucho la atención saber que Tirso es un nombre mitológico que proviene del griego Thyrsus, que significa “contemplador” pero  sobretodo pensar que lo escogí de entre los tres santos que se celebran ese día.
               Una semana después de la llegada de Tirso conocí a Bosco, este personaje es el líder de una parvada de pecho-amarillos bullangueros y escandalosos que me visitan varias veces al día para pedirme su alimento favorito: las relucientes semillas color carmesí de las samias. Todo empezó un día muy temprano cuando regaba las plantas bajo la mirada de mi amigo Tirso y escuché los gritos estridentes de uno de estos Pitangus sulphuratus. Estaba en el cable de la luz y acto seguido, lo vi clavarse en una jardinera (justo como hacen las gaviotas al visualizar a los peces)  para salir triunfante con una pepita roja en el pico. Fue así como descubrí que de en medio del follaje de estas plantas surgían ya las mazorcas que aglutinan sus semillas. Bajé y con mucho cuidado desgrané una de ellas y las puse en un plato de plástico que coloqué en el dintel del balcón. Al poco rato escuché a los enmascarados pajarillos armando tremendo escándalo, estaban como enloquecidos robándose las semillas hasta que no quedó ni una. En el transcurso del día los pájaros volvieron varias veces a demandarme  alimento, piando enardecidos y picoteando el plato vacío. Dispuesta a complacerlos me volví una experta recolectora de semillas de samia, al grado que,  cada vez que veo una, estaciono el coche y me bajo a buscar mazorcas para mis nuevos amigos y ya hasta les compré un bebedero.  Aunque todos parecen iguales, puedo distinguir a simple vista a uno de ellos, el más grande de todos, el líder, a quien recurriendo de nuevo al santoral, bauticé con el nombre de Bosco.
               Unos días más tarde, mi hermana me pidió que le cuidara a sus mascotas pues iban a fumigar su casa. Una de ellas es un periquito australiano color celeste que se llama “Cachetes”. Yo no soy partidaria de los animales enjaulados pero no me quedó más remedio que aceptar. “Cachetes” vive en una jaula blanca muy elegante y de gran tamaño, misma que coloqué en el balcón. A la mañana siguiente cuando escuché llegar a la pandilla de los enmascarados demandantes, salí a ponerles sus semillas y entonces sucedió algo que me enterneció; Bosco tomó una de ellas y la fue a colocar entre los barrotes de la jaula del periquito.
               Llegó febrero y el regreso al taller literario, curiosamente nos toca leer un cuento de Quiroga acerca de un loro… y por si fuera poco escucho el trinar melodioso de unos pajarillos en la música del ejercicio de hoy… ya es demasiado me dije, tal parece que es tiempo de aves, creo que tengo que escribir algo acerca de ellas, quizá así le encuentre un sentido a lo que me está sucediendo.

Rosa Lotfe
Taller BDC
Marzo 5, 2014.



1 comentario:

  1. me gusta leerte y leer de tus acompañantes cotidianos. Tirso es guapísimo!
    Andre

    ResponderBorrar