jueves, 1 de abril de 2010

La hija de Crispín

A la hora de cerrar, Teodora encontró una carpeta azul en el mostrador de la panadería. Pensó que seguramente lo había dejado olvidado algún cliente, se colocó las gafas y lo abrió a fin de enterarse a quién pertenecía. Había varias hojas impresas firmadas por . Le llamó la atención el nombre de un breve relato llamado “Un día en la vida de Múscida”. Ella, ávida lectora, cerró el local, apagó las luces y se acomodó en la mecedora de la terraza de su minúscula casa ubicada en la trastienda, para disponerse a darle lectura.



Un día en la vida de Múscida


Aunque era bastante prieta, fuliginosa, muy velluda y de enormes ojos saltones, su aspecto la tenía sin cuidado, así que con el mayor desparpajo se presentó al elegantísimo banquete de bodas de Casimiro y Clementina que tenía lugar en el jardín de un hotel de cinco estrellas. Anduvo curioseando de mesa en mesa como si tal cosa; degustó la gran variedad de platillos; se engolosinó con el merengue del pastel y hasta probó el champagne a la hora del brindis. La muy atrevida, se acercó a los novios cuando bailaban el vals para hacerle cosquillitas en el bigote a Casimiro, éste trató de alejarla y sin querer, le estampó una sonora bofetada a la incrédula Clementina. Contenta con su travesura, dio vueltas y vueltas por la pista coqueteando con todos los ejemplares masculinos, hasta que finalmente, sin un ápice de recato, se apareó con uno de los galanes frente a la mirada atónita de los distinguidos comensales. Su actitud molestó a don Fulgencio, el padre de la novia, quien, furibundo, le ordenó al capitán de meseros que la echara fuera, pero ella,
haciendo alarde de una agilidad impresionante, no se dejó atrapar y se escabulló tan campante zigzagueando satisfecha.
El atardecer la sorprendió, ebria y exhausta en la rama de un almendro. Habían transcurrido casi quince días desde que salió de la pupa y apenas podía sostenerse, su cuerpo languideció y cayó al vacío con el último rayo del sol.


Filosofía de Múscida. “Cuando eres libre y cuentas con sólo unas horas de vida, bien vale la pena arriesgarse, abrir las alas, sobrevolar por lugares prohibidos y deleitarse con todos los placeres que el breve tiempo te permita disfrutar”



Soroska
Taller BCD
Pie: mosca




El relato le pareció muy ingenioso y la hizo sonreír. Eso era lo que hacía falta en su solitaria monotonía. ¡Un poco de buen humor! Se levantó y se dirigió a la cocina para prepararse algo de cenar pero no quiso encender la tele como de costumbre, esa noche quería estar en silencio y pensar… “Cuando eres libre y cuentas con sólo unas horas de vida…” Pues sí, ella era libre y tanto que no tenía a nadie con quien compartir su mesa. Le había dedicado la vida a su padre y no le pesaba, pero a sus cuarenta y ocho años, no tenía más amigas que las empleadas del negocio. Y eso era sólo un decir.
Don Crispín el panadero, había enviudado cuando Teodora tenía tan sólo ocho años y jamás volvió a casarse. Se dedicó a cuidar a su niña y a seguir haciendo pan. Después la hija lo cuidó a él por muchos años cuando quedó paralizado de medio cuerpo, a causa de una embolia. Entre bolillos, pan de dulce y merengues, la pequeña creció rolliza y cachetona. Teodora era más bien tranquila y prefería quedarse horas enteras devorando libros y mantecadas antes que salir a jugar con los demás niños. La verdad es que ella los evitaba, pues le hacían burla de su aspecto robusto y fornido.
Fue hasta que Crispín se marchó, después de una larga agonía, que Teodora se dio cuenta que también su juventud se había esfumado.
“….bien vale la pena arriesgarse, abrir las alas, sobrevolar por lugares prohibidos y…” Aquellas palabras le seguían dando vueltas en la cabeza y no la dejaron conciliar el sueño. Pasó la noche en vilo y al día siguiente, casi de madrugada salió a buscar al viejo Tomás, su empleado, para decirle que se hiciera cargo de la panadería pues ella se iría de viaje. Con la misma se fue a la estación y decidió comprar un boleto de autobús para esa noche con destino a… de tin marín de do pingué…..Mérida.
Eufórica y entusiasmada regresó a casa, arregló una pequeña maleta sólo con lo indispensable pues toda su ropa le pareció espantosa y anticuada. De repente sentía que la sangre le bullía por todo el cuerpo, luego esperó con impaciencia a que dieran las nueve para irse al banco. Se llevó el relato para sacarle una copia a la pasada por si se acordaba donde había dejado su carpeta azul.
Las horas del día se le hicieron eternas hasta que por fin llegó el momento de irse a la estación para iniciar su aventura. Una vez relajada en su asiento sonrió satisfecha. “…y deleitarse con todos los placeres que el breve tiempo te permita disfrutar”- ¡Estás verdaderamente loca Teodora!- Fue lo último que pensó antes de caer rendida en los brazos de Morfeo.



II


Al llegar a la ciudad blanca se dio cuenta que no había reservado habitación en un hotel. El conductor del auto de alquiler, resultó muy amable y le sugirió varios de acuerdo a su presupuesto. No tuvo ningún problema para encontrar alojamiento, se registró, se dio un buen baño, ordenó que le subieran el desayuno y pidió informes sobre un buen salón de belleza. El hotel contaba con este servicio, así que ni pronta ni perezosa, se dirigió al mezzanine dispuesta a teñirse el cabello para cubrirse por primera vez, las incipientes canas.
-¿En qué tono le gustaría?- Escuchó decir al escuálido jovencito que le enseñaba “la carta de colores”. Ella respondió muy decidida:
-Sugiérame por favor, yo no sé nada de tintes.
Dos horas más tarde Teodora apenas si se reconoció en el espejo. Siempre había usado el largo cabello castaño peinado hacia atrás y recogido en la nuca. El hombrecillo le había hecho un corte para darle “movimiento” y ahora lucía una melena suelta color caoba que ocultaba en gran parte sus robustos cachetes. Salió de ahí diferente y satisfecha.
El siguiente paso era buscar algo que ponerse. Se dirigió a una plaza cercana y después de probarse como treinta y cuatro vestidos, eligió tres de los más favorecedores. Se compró también dos pares de sandalias, un bolso y algunos accesorios. Volvió al hotel caminando de prisa, cargada de paquetes y ansiosa como una chiquilla por estrenar su ropa nueva. Al cabo de un rato, salió de nuevo maquillada y coqueta, enfundada en un vestido blanco estampado con pequeñitas mariposas amarillas que le recordaron a García Márquez, uno de sus escritores consentidos.
Preguntando aquí y allá llegó hasta un restaurante que le recomendaron ampliamente. El lugar estaba lleno y tuvo que esperar un rato para que le asignaran mesa. Se moría de hambre y pidió el menú casi con desesperación. Ordenó y se puso a contemplar su entorno. El sitio era muy animado, lleno de vida, meseros iban y venían atendiendo largas mesas de grupos turísticos o de familias numerosas. En eso, advirtió que en una mesa del fondo estaba un hombre solo que se entretenía mirando los cuadros que colgaban de las paredes, con cierto aire nostálgico. A juzgar por sus canas debía andar llegando a los sesenta o quizá algunos más. Se levantó y se dirigió hacia él.
-Buenas tardes señor ¿Me permite invitarle una cervecita? Verá, no me lo tome a mal pero no me gusta comer sola y como veo que usted también lo está…
El hombre se sorprendió pero no lo pensó dos veces, se paró y le ofreció asiento caballerosamente.
- Faltaba más señorita, permítame usted a mí invitarla.-
Los dos se rieron algo cohibidos y nerviosos. Luego él ordenó las cervezas y la plática comenzó a fluir cordialmente. A los postres, Teodora ya sabía que Serafín estaba pasando por un momento muy difícil; que le agradecía enormemente su compañía pues no tenía con quien conversar; que seis años atrás había perdido a la compañera de su vida; que ese era y había sido el restaurante favorito de ambos; que tenía tres hijos y cuatro nietos a los que poco veía; que se había disgustado con su hijo menor que se casaba al día siguiente en Playa del Carmen y que no pensaba asistir a su boda. Él por su parte, sólo se enteró que ella era soltera y andaba en Mérida de paseo.
Salieron de ahí, sin ánimo de despedirse y se fueron a tomar un helado de mantecado al Paseo Montejo. Por la noche, cuando él la fue a dejar al hotel ya habían hecho planes para irse juntos a Playa del Carmen al día siguiente muy temprano. Teodora lo convenció de asistir a la boda y de hacer las paces con su hijo, a lo que él aceptó con una condición.
- Está bien, iré sólo si tú me acompañas.-
-¿En serio? Pero no me va a dar tiempo de comprar un vestido-
-Ni falta que hace.- Le contestó. – La invitación dice que hay que ir de blanco y éste que traes es precioso y además, te sienta de maravilla-
-No se diga más, con eso me convenciste, estaré lista a las siete de la mañana.-
Al despedirse se dieron un abrazo y aquella noche, los grandes ojos negros de Teodora brillaron en la oscuridad.
Llegaron a la elegante fiesta tomados del brazo. Serafín la presentó a su familia muy sonriente:
-Ella es Teodora, una gran amiga y gracias a ella, es que estoy aquí.-
Los recibieron con abrazos y besos. Los hijos estaban felices de ver a su padre sonreír de nuevo. Los sentaron junto a ellos en la mesa de honor y en el momento del brindis, al novio se le nubló la mirada cuando agradeció la presencia de Serafín en el día más feliz de su vida y éste muy emocionado se levantó y cruzó el salón para abrazarlo.
La alegría continuó hasta la madrugada. Teodora que apenas si sabía bailar, animada por el champagne y la euforia que la embargaba se adueñó de la pista en brazos de Serafín, quien aunque rime, resultó ser un gran bailarín.
A las doce del día, Teodora abrió las puertas de la terraza de su habitación. Suspiró emocionada al ver el intenso color turquesa del mar, luego miró con ternura la cabellera canosa que se asomaba entre las sábanas y murmuró: La hija de Crispín ya no es más aquella solitaria y aburrida panadera, hoy soy simplemente una gorda feliz. Gracias Soroska, quien quiera que seas, gracias por haber olvidado tu carpeta azul.


Publicado en la Revista Círculos


I parte dic-ene 2010


II parte feb-marz 2010